ESCUCHAR LA MÚSICA DE LA MEDICINA...
¡Y SEGUIRLA!... ¡Y JAMÁS DEJARLA!
El papá de August no sabe de la existencia de su hijo…
August lo busca a él y a su madre, pero no sabe quiénes son o dónde
encontrarlos… En esta escena la Música los encuentra por primera vez, aunque
ninguno tiene modo de reconocerse… August toca su guitarra en el parque y su
padre es atraído por los originales y bellos sonidos que brotan de su
instrumento… Su padre le pide prestada su guitarra y después de tocar con ella
algunos acordes, le dice: “Tiene muy buena acústica”… “Eres muy bueno” –le dice August-… “Gracias
–le dice él, sonriendo porque un niño tan pequeño se lo diga-. Puedes tocar la mía”… August la toma,
mientras su papá presiona unos “trastes” determinados y toca unas cuerdas
específicas, dando forma a una compleja y bella melodía. Siete notas y un
silencio destacan, pero como si estuvieran acompañadas por los acordes de otra
guitarra: mi-fa#-fa#-mi-fa#-silencio-mi-re… August repite las mismas siete
notas y un silencio, igualmente como si le acompañara otra guitarra, pero
además como si un instrumento de percusión también le acompañara y le marcara
el ritmo: mi-fa#-fa#-mi-fa#-silencio-mi-re… Es inevitable recordar la famosa
melodía “duelo de banjos”, cuando
los dos artistas comienzan su “duelo de guitarras”… El padre de August,
nuevamente como con una guitarra extra invisible, plantea un nuevo reto al
pequeño genio con otra secuencia de notas y rasgueos que descienden por todo el
brazo de la guitarra, con un hermoso contraste de cuatro notas agudas, tres
graves y tres silencios, en forma alternada: sol-si-silencio-fa#-la-silencio-mi-la-silencio-re…
August, con su “triple instrumento” repite y hace aún más bella la melodía de
su padre… Ambos realizan nuevamente, pero más enriquecido, el mismo ejercicio…
Finalmente, como en “duelo de banjos”, empiezan a tocar juntos “ad libitum” –en
forma libre- y a gran velocidad logrando un conjunto homogéneo y armónico en el
que, sin destacar uno sobre el otro, logran ambos una interpretación magnífica[1]…
¡Está dentro de ti! ¡Pero hay que
escucharla!... ¡Hay que seguirla!... ¡Y jamás dejarla!...
“¿Hace
cuánto tocas?” –le pregunta su padre-…
“Seis meses” –le responde él-… “¡¿Seis
meses?! ¿En dónde aprendiste a tocar así en ese tiempo?”… “En Julliard”…
“¿Julliard?” –pregunta su padre sorprendido, por tratarse de una Escuela
internacional para músicos muy notables-… “Sí,
señor. Tengo un Concierto esta noche”… “¿De verdad?”… “Sí. Pero no puedo ir”…
“¿Y eso por qué?”… “Es una larga historia” –le dice con sombras de tristeza
en el rostro-… “Si yo estudiara en
Julliard –le dice su padre- y tuviera un Concierto esta noche, ¡no me lo
perdería por nada!”… “¿Y si pasara algo malo si lo hiciera?”… “¡Nunca dejes la
música! ¡No importa lo que pase! Porque cada vez que algo malo te pasa, es el
único lugar al que puedes escapar y… hacer a un lado el problema… A mí me costó
mucho trabajo aprender eso… Mírame: No te va a pasar nada malo. ¡Debes tener
fe!” –y le guiña el ojo-… August
cierra el diálogo tocando dos sonoros acordes, mientras su padre sonríe[2]…
Compañero y amigo: Tienes un
Concierto en el Curso de Homeopatía Integral cada vez que lo decidas… ¿Vas a
perdértelo?...
Aunque pareciera que esa SInfonía
que oyes y que tocas te trae problemas y dificultades… ¡No abandones la Música!
¡No importa lo que pase!...
Porque es al revés… Cuando algo malo pasa, es tu Música, es tu Concierto en el aprendizaje y en el ejercicio de la Medicina, y a lo que te empuje de otros estudios y quehaceres, lo único
que podrá sostenerte…
La Música que te ha
conducido a este Curso, sólo podrá ser para tu provecho y crecimiento y el de
los que amas… ¡Ten un poco de fe!...
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